domingo, 7 de julio de 2013

El reflejo de la luna



Se deseaban desde el primer momento en que se vieron y, desde ese mismo instante, estaban destinados a que sus caminos siguieran rumbos diferentes.


Las miradas y las sonrisas lo decían todo; nunca se atrevieron a confesar lo que sentían, pero sus ojos delataban lo que sus corazones escondían.


Cada día estaban más cerca pero a la vez más lejos el uno del otro. Se podían tocar, pero no podían acariciarse; inhalaban el mismo aire, pero no podían mezclar sus respiraciones.


Los latidos de sus corazones deseaban con fuerza fundirse, huir juntos a cualquier lugar, sin miedo.


Luna le mandaba tímidas señales; Sol se las devolvía, con temor; y la persona que compartía sus noches con Luna sospechaba de aquel brillo en sus ojos cuando miraba a Sol, por eso, cualquier precaución era poca.


Ella le quería con locura e intentaba convencerse de que no existía nadie más importante, pero lo que sentía por Sol se le escapaba del entendimiento, no podía evitarlo...y tampoco quería hacerlo.




Fue una noche de invierno cuando Luna decidió hacer una fiesta en su casa.

Sol, como siempre, estaba encantador. Ella intentaba acercarse a él y, cuanto más lo hacía, más veneno penetraba en sus corazones.


Pasadas unas horas, decidieron bajar a tomar algo. Uno a uno, entraron en la habitación de Luna a recoger sus abrigos y salieron a la calle.


Cuando sólo faltaban ellos dos, Luna entró en su habitación a coger los dos abrigos y Sol entró detrás.


La habitación estaba a oscuras, sólo la luz de la luna les iluminaba.


Ella estaba sentada en la cama, él se sentó a su lado. Se miraron. Luna empezó a temblar, Sol sonrió de esa manera que consigue que ella pierda el sentido y olvide lo que hay a su alrededor.


Él se acercó lentamente a Luna, la rodeó por la cintura y susurró unas palabras que apenas pudo escuchar: "déjame hacerlo, olvídate de todo". Su cuerpo tembló aún más. Un escalofrío recorrió toda su piel y sus ojos brillaban con el reflejo del Sol.


Antes de que pudiera reaccionar, sintió el calor que desprendían los labios de su oponente rozando los suyos. Se quedó paralizada por un instante, pero no podía resistirse más a aquel cuerpo que se le ofrecía como tantas veces había deseado.


Ambos cayeron lentamente sobre la cama y sus labios se fundieron, húmedos y ardientes.


Él acariciaba suavemente su cara y enredaba sus dedos entre el cabello tostado; ella paseaba sus manos por la espalda cubierta, con temor a rozar su piel y perder la razón.


Ambos deseaban seguir adelante, dar un paso más, desatar la pasión que les consumía desde hace años; pero también necesitaban frenar ese deseo casi incontrolable por miedo a que esa relación tan especial que tenían se desvaneciera entre las sábanas.


El destino decidió por ellos. Alguien les observaba entre las sombras.

Lentamente, se levantaron de la cama, miraron al amigo que se apostaba tras la puerta y le pidieron con la mirada que no dijera nada, que no les delatara.


En esos ojos sólo podía leerse la desesperación y la tristeza de un amor prohibido. Así, el amigo comprendió lo que ocurría y asintió, cerrando los ojos, como si pudiera sentir el dolor que recorría las entrañas de los dos enamorados.


De nuevo solos, permanecieron en la penumbra durante unos minutos más, de pie, uno frente al otro, abrazados y sin apartar las miradas. Se hablaban en susurros, rozándose los labios pero sin llegar a besarse. Nunca más lo hicieron.

Al fin decidieron que deberían bajar si no querían que alguien sospechara. Salieron de casa en silencio, agarrados de la mano, acariciando cada centímetro de piel.


Antes de doblar la esquina, donde se encontraban todos, se pararon, se miraron una vez más y Sol pronunció la última frase, que acabaría con la incertidumbre que embargaba el destino de ambos: 


- Esta es la última vez que voy a tocar tu suave piel.


Una lágrima rodó por la mejilla de la joven Luna y, cerrando los ojos, se soltaron las manos muy lentamente.


Respiraron profundamente, compartiendo el aire que escaseaba en sus pulmones, y se reunieron con los demás.


Luna se acercó al hombre que la retenía en su corazón. Él la rodeó por el cuello y le preguntó lo que habían estado haciendo:


- Él estaba en el baño y yo recogiendo las cosas- dijo Luna, forzando una sonrisa.


Sol se alejó con unos amigos que estaban más adelante. Todo eran bromas, siempre sonreían, siempre se divertían pero, en el fondo, siempre fingían.


Sus corazones huyeron juntos, pero ellos seguían atrapados en la realidad, destinados a permanecer separados para siempre.


MYR

2 comentarios:

  1. Es muy bonito :). Pero a la vez muy triste. Me encanta

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    1. Muchas gracias :)
      Tengo la manía, por llamarlo de alguna manera, de escribir cosas tristes, me sale sin querer :(

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