Se deseaban desde el primer momento en que se vieron y,
desde ese mismo instante, estaban destinados a que sus caminos siguieran rumbos
diferentes.
Las miradas y las sonrisas lo decían todo; nunca se
atrevieron a confesar lo que sentían, pero sus ojos delataban lo que sus
corazones escondían.
Cada día estaban más cerca pero a la vez más lejos el uno
del otro. Se podían tocar, pero no podían acariciarse; inhalaban el mismo aire,
pero no podían mezclar sus respiraciones.
Los latidos de sus corazones deseaban con fuerza fundirse,
huir juntos a cualquier lugar, sin miedo.
Luna le mandaba tímidas señales; Sol se las devolvía, con
temor; y la persona que compartía sus noches con Luna sospechaba de aquel
brillo en sus ojos cuando miraba a Sol, por eso, cualquier precaución era poca.
Ella le quería con locura e intentaba convencerse de que no
existía nadie más importante, pero lo que sentía por Sol se le escapaba del
entendimiento, no podía evitarlo...y tampoco quería hacerlo.
Fue una noche de invierno cuando Luna decidió hacer una
fiesta en su casa.
Sol, como siempre, estaba encantador. Ella intentaba
acercarse a él y, cuanto más lo hacía, más veneno penetraba en sus corazones.
Pasadas unas horas, decidieron bajar a tomar algo. Uno a
uno, entraron en la habitación de Luna a recoger sus abrigos y salieron a la
calle.
Cuando sólo faltaban ellos dos, Luna entró en su habitación
a coger los dos abrigos y Sol entró detrás.
La habitación estaba a oscuras, sólo la luz de la luna les
iluminaba.
Ella estaba sentada en la cama, él se sentó a su lado. Se
miraron. Luna empezó a temblar, Sol sonrió de esa manera que consigue que ella
pierda el sentido y olvide lo que hay a su alrededor.
Él se acercó lentamente a Luna, la rodeó por la cintura y
susurró unas palabras que apenas pudo escuchar: "déjame hacerlo, olvídate
de todo". Su cuerpo tembló aún más. Un escalofrío recorrió toda su piel
y sus ojos brillaban con el reflejo del Sol.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió el calor que
desprendían los labios de su oponente rozando los suyos. Se quedó paralizada
por un instante, pero no podía resistirse más a aquel cuerpo que se le ofrecía
como tantas veces había deseado.
Ambos cayeron lentamente sobre la cama y sus labios se
fundieron, húmedos y ardientes.
Él acariciaba suavemente su cara y enredaba sus dedos entre
el cabello tostado; ella paseaba sus manos por la espalda cubierta, con temor a
rozar su piel y perder la razón.
Ambos deseaban seguir adelante, dar un paso más, desatar la
pasión que les consumía desde hace años; pero también necesitaban frenar ese
deseo casi incontrolable por miedo a que esa relación tan especial que tenían
se desvaneciera entre las sábanas.
El destino decidió por ellos. Alguien les observaba entre
las sombras.
Lentamente, se levantaron de la cama, miraron al amigo que
se apostaba tras la puerta y le pidieron con la mirada que no dijera nada, que
no les delatara.
En esos ojos sólo podía leerse la desesperación y la
tristeza de un amor prohibido. Así, el amigo comprendió lo que ocurría y
asintió, cerrando los ojos, como si pudiera sentir el dolor que recorría las
entrañas de los dos enamorados.
De nuevo solos, permanecieron en la penumbra durante unos minutos
más, de pie, uno frente al otro, abrazados y sin apartar las miradas. Se
hablaban en susurros, rozándose los labios pero sin llegar a besarse. Nunca más
lo hicieron.
Al fin decidieron que deberían bajar si no querían que
alguien sospechara. Salieron de casa en silencio, agarrados de la mano,
acariciando cada centímetro de piel.
Antes de doblar la esquina, donde se encontraban todos, se
pararon, se miraron una vez más y Sol pronunció la última frase, que acabaría
con la incertidumbre que embargaba el destino de ambos:
- Esta es la última vez que voy a tocar tu suave piel.
Una lágrima rodó por la mejilla de la joven Luna y, cerrando
los ojos, se soltaron las manos muy lentamente.
Respiraron profundamente, compartiendo el aire que escaseaba
en sus pulmones, y se reunieron con los demás.
Luna se acercó al hombre que la retenía en su corazón. Él la
rodeó por el cuello y le preguntó lo que habían estado haciendo:
- Él estaba en el baño y yo recogiendo las cosas- dijo Luna,
forzando una sonrisa.
Sol se alejó con unos amigos que estaban más adelante. Todo
eran bromas, siempre sonreían, siempre se divertían pero, en el fondo, siempre
fingían.
Sus corazones huyeron juntos, pero ellos seguían atrapados
en la realidad, destinados a permanecer separados para siempre.
MYR
MYR
Es muy bonito :). Pero a la vez muy triste. Me encanta
ResponderEliminarMuchas gracias :)
EliminarTengo la manía, por llamarlo de alguna manera, de escribir cosas tristes, me sale sin querer :(